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7 abr 2018

Las huellas doradas



Martín había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo
De alguna manera su intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor camino.

Él había aprendido a hacerse cargo de sí. Sabía que hacía todo lo posible para cuidarse de no hacer daño a los demás, especialmente a aquellos que quería. Quizás por eso le dolían tanto las acusaciones injustas, la envidia de los otros o los desprecios injustificados de extraños y conocidos.

¿Alcanzaba para darle significado a su vida la búsqueda de su propio placer?

¿Soportaba él mismo definirse como un hedonista centrando su existencia en su satisfacción individual?

¿Cómo armonizar estos sentimientos de goce personal con sus concepciones éticas, con sus creencias religiosas, con todo lo que había aprendido de sus mayores?

¿Qué sentido tenía una vida que sólo se significaba a sí misma?

Ese día, más que otros, esos pensamientos lo abrumaron.
Quizás debía irse. Partir. Repartir lo cosechado y dejarlo de legado para aunque sea en ausencia ser en los demás un buen recuerdo.

En otro país, en otro pueblo, en otro lugar, con otra gente, podría empezar de nuevo. Una vida diferente.

Debía tomarse el tiempo de reflexionar sobre su presente y sobre su futuro.
Martín puso unas pocas cosas en su mochila y partió en dirección a la montaña.
Le habían contado del silencio de la cima y de cómo la vista del valle ayudaba a poner en orden los pensamientos de quien hasta allí llegaba.

En el punto mas alto del monte giró para mirar su ciudad quizás por última vez.

Por una moneda te alquilo el catalejos.

Era la voz de un viejo que apareció desde la nada con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora le ofrecía con una mano mientras que con la otra tendida hacia arriba reclamaba su dinero.

Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y se la alcanzó al viejo que desplegó el catalejos y se lo alcanzó.
Después de un rato de mirar consiguió ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella.

Algo le llamó la atención. Un punto dorado brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio.

Martín separo sus ojos del lente, parpadeó algunas veces y volvió a mirar. El punto dorado seguía allí.
Qué raro - exclamó Martín sin darse cuenta de que hablaba en voz alta.
¿Qué es lo raro?, preguntó el viejo
El punto brillante, dijo Martín, ahí en el patio de la escuela, siguió, alcanzándole al viejo el telescopio para que viera lo que él veía.
Son huellas, dijo el anciano.
¿Qué huellas?, preguntó Martín.

Te acuerdas de aquel día... debías tener siete años; tu amigo de la infancia, Javier, lloraba desconsolado en ese patio de la escuela. Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer día de clases. Él había perdido el dinero y lloraba a mares, contestó el viejo. Y después de una pausa siguió, ¿Te acuerdas lo que hiciste?. Tenías un lápiz nuevo que estrenarías ese día. Cortaste el lápiz en dos partes iguales, sacaste punta a la mitad cortada y le diste el nuevo lápiz a Javier.

No me acordaba, dijo Martín, Pero eso ¿qué tiene que ver con el punto brillante?.
Javier nunca olvidó ese gesto y ese recuerdo se volvió importante en su vida.

¿Y?

Hay acciones en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros, explicó el viejo, las acciones que contribuyen al desarrollo de los demás quedan marcadas como huellas doradas...
Volvió a mirar por el telescopio y vio otro punto brillante en la vereda a la salida del colegio.

Ese es el día que saliste a defender a Fran, ¿te acuerdas?. Volviste a casa con un ojo morado.

Martín miraba la ciudad.
Ese que está ahí en el centro, siguió el viejo, es la cartera que devolviste a tu vecino pudiendo habértela quedado... y el otro, el de la derecha, es la huella de aquella vez que compraste porque sí a un amigo el disco de su cantante favorito... las huellas esas que salen a la izquierda son de cuando cancelaste tus vacaciones porque la madre de tu amigo Juan había muerto y quisiste estar con él.

Martín apartó la vista del telescopio y sin necesidad de él empezó a ver cómo, cientos de puntos dorados aparecían desparramados por toda la ciudad.

Al terminar de ocultarse el sol, el pueblo parecía iluminado por las huellas doradas.

(Jorge Bucay)